Lo decisivo para actuar en política es la pasión moral
Theodor Heuss (1884-1963). Político alemán
El Frente Ciudadano por México es un hecho, al recibir los dirigentes de los partidos que lo conforman, la autorización de sus respectivas cúpulas para materializarlo de manera oficial y legal ante el Instituto Nacional Electoral. PAN, PRD y Movimiento Ciudadano verificaron, como se sabe, reuniones de sus consejos políticos nacionales el anterior fin de semana, y Ricardo Anaya, Alejandra Barrales y Dante Delgado recibieron luz verde en ese sentido.
En realidad, salvo el siempre conflictivo perredismo, tampoco había muchas dudas de que panistas y las pocas huestes que conformen Movimiento Ciudadano, “autorizaran” a sus líderes a formalizar dicha alianza entre sí. Anaya y Delgado son, literalmente, dueños de sus partidos. En el caso del PRD hubo cierto jaloneo, propio de la tradición de indisciplina de sus tribus, pero al final el agua volvió a su cauce y no pasó a mayores la resistencia a respaldar la integración al Frente.
Pero los tres líderes consideran eso como el paso definitivo y por supuesto que no lo es. Era una aduana obligada, pero con un muy reducido nivel de riesgo. No, el problema verdadero, el reto auténtico para los tres partidos no estribaba en lograr consolidar una alianza, ni siquiera en congeniar una plataforma razonablemente aceptable. No, el problema viene ahora: determinar cómo elegir candidato presidencial y, desde luego, quién será él.
Ese es quid del asunto.
Todo lo relativamente terso con que ha caminado hasta ahora el Frente, no tiene nada que ver con lo que se le espera, al comenzar ahora la ruta para ir por la decisión definitiva: la elección del candidato presidencial.
No parece haber duda que las posibilidades de triunfo del Frente estriban en el candidato. La alianza de los tres partidos no garantiza, en absoluto, el triunfo presidencial. Será seguramente un atractivo ver a tres fuerzas políticas disímbolas en lo ideológico, unidas, pero esa imagen no alcanza para ganar.
Ya se sabe del pacto Anaya-Barrales-Delgado, por el cual el panista sería el candidato presidencial, la perredista candidata al gobierno de la Ciudad de México, y el veracruzano coordinador de la campaña presidencial y secretario de Gobernación, jefe de Gabinete o la figura equivalente en un eventual gobierno frentista.
Pero si ese pacto se materializa, el Frente va rumbo al precipicio. De por sí Anaya no era competidor real de Andrés Manuel López Obrador ni del PRI. Menos con lo vapuleado que llegaría, al no poder sobreponerse a las acusaciones de enriquecimiento inexplicable. El problema es que no hay más figuras ni en el PAN ni en el PRD con el peso para ser competitivos en una elección presidencial; menos, claro, en Movimiento Ciudadano.
La clave, sin duda, será la capacidad que tenga ese trío para despojarse de sus intereses personales, sobre todo el ambicioso Anaya, y abrirse a una candidatura externa, ajena a los tres partidos, a todos los partidos, con la solvencia moral que garantice competitividad ante priístas y lópez obradoristas. Un candidato frentista con ese perfil, no me queda duda que llegaría a Los Pinos. Uno de “casa”, sea ésta azul o amarillo, nunca. Así de fácil.
De la capacidad que tengan panistas y perredistas para entenderlo, se sabrá la solidez del Frente y sobre todo sus reales posibilidades de triunfo. Particularmente se percibe casi imposible que Anaya suelte esa candidatura, la que al menos en el PAN tiene asegurada. Es una disyuntiva hasta cierto punto fácil para el Frente: con candidato “propio”, va derecho al precipicio. Con uno externo, si es de estatura y solvencia moral sólida, tiene muchas posibilidades de triunfo. Desde afuera se ve hasta fácil. ¿Lo verán así Anaya y Barrales?