La seguridad es una superstición; la vida es una aventura atrevida o no es nada:
Helen Keller (1880-1968) Escritora y activista estadounidense
Lo que faltaba: el gobierno de Donald Trump ya no solo va por gravar con un 5 por ciento de impuesto las remesas de quienes viven en Estados Unidos, sino, agárrese usted, por prohibir el envío de dinero a otros países a residentes indocumentados.
En efecto, la prensa norteamericana está enterada, y así lo ha comenzado a difundir, que en realidad el impuesto al envío de dinero al extranjero no es el objetivo del gobierno norteamericano, más allá de que le genere dividendos medianamente importantes, sino impedir que el recurso salga del país, para lo cual prevé que nadie que no cuente con una residencia documentada pueda enviar dólares al extranjero.
Ese sí sería un golpe demoledor a la economía mexicana, si tomamos en cuenta que son muchos más los connacionales que residen en Estados Unidos en calidad de ilegales, que quienes cuentan con toda su documentación en regla.
Los llamados “ilegales” son en quienes recae el peso de la economía de estados como Michoacán, y al menos una docena de estados más, con los dólares que envían. Estudios serios estiman que por cada mexicano que radica en ese país con documentación, hay tres que no lo están. Ya podemos imaginar el impacto que tendrá la medida, que parece inminente.
En esa lógica, ya lograr que todo se redujera a un impuesto del cinco por ciento, parece el mal menor. Lo aterrador es la segunda parte del plan trampista para contener la migración ilegal a su país.
Ahora que, terrible y todo, habrá que admitir que ambas medidas, gravar y prohibir remesas, forman parte de un derecho unilateral del Tío Sam. Injustas, arbitrarias, irracionales, son esas inminentes medidas, pero legales al amparo de la soberanía de un país.
Entre ese panorama y la recesión económica que también es inminente, a México y a su gobierno se les viene el mundo encima. Se nos viene, por mejor decir. X@jaimelopezmtz