La esperanza del perdón, alienta al pillo y al ladrón
Anónimo
Silvano Aureoles dejó de lado la inveterada, aunque no siempre sana postura de los gobernadores, de ser políticamente correctos con el presidente de la república en turno: advirtió que a los delincuentes no se les puede tratar con “consejos”, sino con todo el peso de la ley, con todo el peso del Estado.
El escenario de esa declaración explica la rudeza de la misma: frente al féretro de varios de los trece policías michoacanos que el lunes fueron emboscados y asesinados por el crimen organizado en Aguililla. Ante rostros adustos, de ira, con lágrimas en los ojos muchos de ellos, Aureoles no podía ser políticamente correcto y pegó en la línea de flotación de la 4T.
¿Por qué?, pues porque una premisa básica del presidente López Obrador es no ir tras los criminales, bajo el pretexto de que también son pueblo, y de que, por el contrario, con empleo y una beca, amén de un llamado suyo a la reflexión, dejarán los malos pasos y se redimirán. Así, que Aureoles advierta que los criminales “no entienden de consejos”, y por tanto hay que ir por ellos con toda la fuerza del Estado, es apuntar directo a la médula de la demagógica e ingenua posición lopez obradorista.
Pero además, Aureoles se sumó a la indignación de las fuerzas policiacas michoacanas, y obviamente de sus familias y de la sociedad en general, por la posición del gobierno federal luego de la masacre en Aguililla: del presidente, ni una palabra, y de la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, un deplorable “eso pasa todos los días”. Mejor no hubiera dicho nada.
Y como el horno no está para bollos, el gobernador no se contuvo y soltó su obús directo a Palacio Nacional. Pero más allá de su intencionalidad política, es claro que Aureoles tiene razón: es criminal la “estrategia” presidencial de los abrazos y no balazos. ¿Cuántos policías, militares y civiles más tienen que morir, antes de que López Obrador se muestre como presidente, no como guía religioso, y asuma que es su obligación proteger a la sociedad y a sus fuerzas armadas, no a los delincuentes?
¿Qué no funciona bien en la mente del presidente, que se jacta de que en su gobierno haya habido muchas menos muertes de delincuentes que en otros sexenios, aunque a cambio el número de bajas de civiles y policías se haya disparado?
Por supuesto, ni los trece policías asesinados ni el rudo señalamiento de Aureoles, modificarán la absurda postura presidencial. De hecho, nada parece que lo pueda hacer. ¡Es López Obrador!
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