El que no se atreve a ser inteligente, se hace político
Enrique Jardiel Poncela (1901-1952) Escritor español
Por más que haya quien pretenda hacerlo pasar como meramente anecdótico o hasta chusco, en absoluto es así, es un tema de fondo.
El hostigamiento que organiza Morena, vía sus súper delegados estatales, hacia los gobernadores en cada gira del presidente Andrés Manuel López Obrador, es altamente peligroso.
No es que los abucheos signifiquen un riesgo en sí. De hecho, deben considerarse como parte de los reclamos naturales a que todo político debiera estar acostumbrado. No, el problema no pasa por ahí, pero sí por el hecho de que está comprobado que Morena ha diseñado todo un manual de acciones y protocolos a seguir en los eventos presidenciales.
Y el manual, ya se sabe ahora, contempla no sólo instrucciones de cómo arropar y vitorear al presidente, lo cual es justificado, sino de cómo hostigar y arrinconar al gobernador anfitrión, obviamente si éste es de oposición. Y ello no hace sino echar más laña a una hoguera que se expande sin control, y que trae como ingrediente fundamental el odio y el encono, la revancha y el ajuste de cuentas con que López Obrador y su partido ejercen el poder.
Ya la polarización entre mexicanos, entre pro y antilopezobradoristas, es bastante peligrosa, como para que todavía el presidente y su partido aticen la hoguera.
La acción evidencia además la visión presidencial maquiavélica de que el fin justifica los medios: en aras de erigirse como el único con la capacidad de liderazgo para controlar al pueblo bueno que fustiga al gobernador fifi, corrupto y apátrida, López Obrador no mide consecuencias. Hasta ahora, le ha funcionado, pero en cualquier momento la sangre puede llegar al río y salirse de control la estrategia de marras, aunque siempre tendrá como recurso en ese caso, acusar a sus opositores de querer montarle un cuatro. Desde luego, sus supuestas regañadas al pueblo bueno por mentarle la madre a los gobernadores, son parte de la pantomima, para que de esa forma, éstos, los mandatarios estatales acorralados, le deban el favor de controlar a sus huestes airadas.
En el fondo, el problema es que el tabasqueño no termina de aceptarse a sí mismo como presidente. El líder opositor que lleva dentro, y que por lo visto no quiere abandonarlo, sigue prevaleciendo y no se ve cómo revierta ese problema de personalidad.
Es de esperarse que, al menos, esa estrategia trasnochada sea temporal, de inicio de gobierno, como para dejar en claro quién manda en México, y que con el paso del tiempo ya no sea necesaria. Aunque en tratándose de López Obrador, igual y nos vamos los seis años así. Veremos.