El poder tiende a corromper y el poder absoluto tiende a corromper absolutamente todo
Lord Acton (1834-1902) Historiador y político inglés
Vaya respuesta se llevó el gobernador Ramírez Bedolla del presidente López Obrador, cuando le solicitó respaldo para impulsar a la Universidad Michoacana no solo en lo financiero, sino en lo político para que sea considerada de nivel nacional, un anhelo del mandatario estatal.
El planteamiento de Bedolla lo formuló durante la reciente visita a la entidad del presidente. Al micrófono en evento en Áporo, el sábado, el gobernador supuso que dado que la visita estaba relacionada con la inauguración de un pequeño inmueble que aloja la Universidad del Bienestar, solicitarle respaldo al presidente para la Michoacana era el momento más oportuno. Bedolla no consideró que no está ante un presidente “normal”, y éste simple y vulgarmente lo bateó.
No solo evadió abordar el planteamiento del gobernador, sino que se lanzó, sin que hubiera razón aparente, contra las universidades públicas y sus rectores, muchos de los cuales, advirtió sin dar nombres, se vuelven caciques “que han echado a perder a las universidad públicas”. A ellos, los mandó literalmente “al carajo”.
Fustigó que haya rectores que se amparan en la autonomía de las instituciones para sentar cacicazgos y hacer mal uso de los presupuestos, priorizando obras innecesarias solo para acceder a los moches. Hacen su agosto con la corrupción, insistió, tras mandarlos “al carajo”. Por supuesto nadie puede negar que puede haber rectores con esas características, pero como para no variar no ofreció nombres ni pruebas, quedó claro que el lance era solo para sacudirse la petición de Bedolla.
No hacía falta más: Bedolla entendió con la respuesta de un airado López Obrador, que su petición de ayuda para fortalecer a la Universidad Michoacana también se iría al carajo. Al buen entendedor, pocas palabras. Evidentemente, el gobernador ya no insistió en el tema.
No es fácil de entender por qué López Obrador tiene una aversión casi demencial a la universidad pública. Hay quien supone que se debe a su escaso intelecto que le llevó a un paso traumático por la UNAM, de la que apenas pudo licenciarse en ciencias políticas luego de doce años y con calificaciones francamente ridículas. Es probable que ello explique no solo esa animadversión sino también la creación de las universidades del bienestar, que son un modelo de mediocridad.
Como sea, el episodio le debió servir a Bedolla para confirmar, por si aún no lo hacía, que en su anhelo de impulsar a la Universidad Michoacana si sabe contar, no cuenta con el presidente. Es deseable que el bochornoso descontón de éste en Áporo no haga decaer el ánimo del gobernador para respaldar a la llamada Casa de Hidalgo, de la que es egresado. Cierto, sin el apoyo federal se complica que la institución alcance el grado de nacional, en lo que está empeñado, lo que le obliga a buscar otras puertas o acaso esperar alrededor de dos años más, porque se ve imposible que haya otro presidente, de cualquier partido, tan peligrosamente reacio a la calidad educativa y a la universidad pública.
Con el que sea presidente o presidenta en el 24, seguro Bedolla encontrará un camino más fluido para consolidar su objetivo de posicionar a la michoacana como universidad nacional. Seguro la rudeza de López Obrador le debió calar, pero sin duda ya es un convencido que mientras esté éste en la presidencia, él y todo México deberemos tragar sapos e irnos todos al carajo. Es lo que hay. Y a la pesadilla todavía le quedan 677 días.
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