La mayoría de las veces que se lee de política, debe admitirse que cada partido es mejor que el otro
William Rogers (1913-2001) Político norteamericano
Por más que los gobernadores morenistas, las granjas de bots y sus seguidores genuinos, hagan esfuerzos desesperados por respaldarle, es evidente que el presidente López Obrador ha entrado al declive de su gobierno y por ende de la 4T. El escándalo por la Casa Gris ha sido absolutamente contundente, al pegar en donde más le duele al mandatario: su discurso de austeridad y combate a la corrupción ha quedado hecho añicos, por obra y gracia no de Carlos Loret de Mola, sino de su hijo José Ramón. No parece haber duda que es irreversible.
En realidad, no es medularmente diferente al escenario de Enrique Peña Nieto. Éste, que gozaba de muy aceptables niveles de respaldo ciudadano en los primeros tres años de su gobierno, comenzó a derrumbarse justo a la mitad, al destaparse el escándalo por que su esposa había adquirido una residencia de manos de un contratista del gobierno. Conflicto de interés puro, bautizado como la Casa Blanca. A partir de ahí, Peña murió en vida, políticamente hablando. Ni siquiera la masacre de Ayotzinapa pegó tan duro.
Y López Obrador, también a la mitad de su gobierno recibe un descontón por parte de su propio hijo José Ramón, que aceptó vivir a todo lujo en una residencia propiedad de un alto ejecutivo de una empresa texana proveedora de Pemex. Como en la Casa Blanca, un burdo conflicto de interés ya conocido como la Casa Gris. El golpe es de tal magnitud, que la reacción presidencial es proporcional al daño: López Obrador está fuera de sí, amenazando al mensajero Loret de Mola, violando la ley burdamente con tal de exhibir sus ingresos para desacreditarlo, peleando sin razón con España y ahora con Perú con tal de tender una cortina de humo. El presidente parece haberse desquiciado y se ha convertido en un peligro para el país.
El parangón de ambos casos es claro, aunque sí hay una diferencia: Peña Nieto soportó el embate sin amenazar jamás ni poner en peligro la integridad de la periodista que destapó el conflicto de interés en la Casa Blanca, Carmen Aristegui. López Obrador no ha tenido ese aplomo y parece un desquiciado desde hace dos semanas.
Pero en lo que no parece haber diferencia, es que para ambos, los conflictos de interés en que incurrieron sus cercanos familiares, han sido irreversibles. Para ambos fue el principio del fin. López Obrador ha cometido yerros mucho más graves, como entregar el país a los militares, tratar con sospechosas pinzas y comedimiento a los cárteles, encauzar de forma criminal el manejo de la pandemia, o despedazar el sistema de salud. Todas esas decisiones son por supuesto mucho más graves que el conflicto de interés de la Casa Gris, pero ésta le ha pegado, paradójicamente, de forma mucho más severa, porque a partir de ahora sonará como cruel chiste cuando hable de que en su gobierno no hay corrupción. Esa bandera ya la arrió.
Así pues, si para Peña la Casa Blanca fue el principio del fin, lo mismo es para López Obrador la Casa Gris. Si no, al tiempo. Twitter @jaimelopezmtz