La política es casi tan emocionante como la guerra y no menos peligrosa. En la guerra podemos morir una vez, en política, muchas.
Winston Churchill (1874-1965) Primer Ministro británico
Los concesionarios del transporte foráneo de pasajeros y los conductores de las unidades, están lo que le sigue de molestos, y me parece que con justificada razón: han llegado al límite de la tolerancia con el cártel de Tiripetío, que históricamente los ha tomado como rehenes de su ADN terrorista.
Una de las primeras lecciones que reciben quienes ingresan al cártel, disfrazado de escuela Normal, no tiene nada que ver con pedagogía, sino con las tácticas infalibles de bloqueo de carreteras y secuestro de autobuses con todo y conductor. Y por años los «tiris» han acreditado con diez dicha materia. En su auxilio, la clase política michoacana llegó al cinismo de modificar la ley para que ese delito no sea tal, si se tipifica como «robo de uso», a través del cual no hay mayor sanción.
Con la ley y los gobiernos de su lado para delinquir, los normalistas han sacado raja a más no poder, y para los conductores de autobuses cuya ruta sea la autopista Morelia-Pátzcuaro, transitar por ahí conlleva más riesgos que hacerlo por tierra caliente, dominada por el crimen organizado.
Pero los afectados han dicho basta. Este miércoles enviaron una señal de que llegaron al límite de la tolerancia, y ante la histórica inacción gubernamental para contener al cártel de Tiripetío, ellos han decidido tomar cartas en el asunto, y hacerse justicia por propia mano: organizarse e ir en masa por los autobuses cuando sean retenidos en la Normal, y obviamente liberar a los conductores secuestrados.
Este miércoles la sangre no llegó al río, pero estamos a nada de un choque de consecuencias incalculables, que puede terminar en una auténtica tragedia. La violencia y la justicia por propia mano nunca serán recomendables, pero en situaciones extremas encuentran relativa justificación, sobre todo cuando todas las vías institucionales se cierran. Lamentablemente, es el caso. Si se presenta una tragedia, hay que decirlo, no habrá que apuntar a los concesionarios y a los conductores de autobuses; sí, primero, a los normalistas pero, ante todo, a la inacción gubernamental. Al tiempo.
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