Un político hará cualquierv cosa por conservar su puesto: incluso se convertirá en un patriota
William Randolph Hearts (1863-1951) Periodista norteamericano
A ocho años exactos de su formación, al menos oficial porque desde mucho tiempo antes de facto ya operaban, el surgimiento de las autodefensas de la tierra caliente michoacana debe observarse con los matices y claroscuros obligados en un fenómeno tan especial como ese.
Con las autodefensas no puede hablarse de «buenos y malos», ni de vencedores y vencidos. En todo caso fueron producto obligado de la inacción gubernamental ante el empoderamiento del crimen organizado en todo el estado, y particularmente en la tierra caliente; inacción, por no decir colusión, término seguramente más exacto.
Para los puristas de la ley y el estado de derecho, esos que conocen al dedillo esos términos pero solo desde la comodidad del escritorio, que la población civil se arme para protegerse de los criminales, es injustificado, porque nadie debe hacerse justicia por propia mano, porque para eso estamos en un país de leyes y porque el uso de la fuerza sólo corresponde al Estado. En el papel, así es, así debiera ser. En la práctica, solo a quien le corre atole por las venas podría dejar que el narco le despojara de todos sus bienes, dictara «leyes» locales, impusiera cuotas obligadas a toda actividad lícita y, lo peor, que atentara contra su familia, que los delincuentes se llevaran a su esposa e hijas, niñas aún, y no tener a nadie a quien acudir a denunciar y demandar apoyo, porque toda autoridad, estatal y municipal, formaba parte del mismo crimen organizado.
¿Quién, con un mínimo de dignidad, se mantendría cruzado de brazos sólo porque la ley no le permite actuar en un «estado de derecho»?
En esa lógica, está plenamente justificada la aparición, hace ocho años, de las autodefensas. Cierto, sobre la marcha es claro que muchos de sus líderes prostituyeron el movimiento y que muchos más, delincuentes abiertos, se acogieron a ellas para librar la justicia. Y cierto también que no pocos grupos de civiles armados como autodefensas, con el paso del tiempo se convirtieron en el terror de las localidades, al volverse también criminales abiertos, supliendo a los que combatieron.
Pero siendo todo ello cierto, aún así el levantamiento civil en la tierra caliente fue absolutamente justificado. En todo caso, al gobierno debió corresponder ir tras los que torcieron el camino. Incluso hoy, no hay duda de que siguen existiendo condiciones de criminalidad en buena parte del estado, que igualmente dan pie a justificar que los civiles se defiendan por cuenta propia, con todos los riesgos de ingobernabilidad que ello genera. Mientras el Estado no actúe, los civiles tienen todo el derecho a la defensa, a la autodefensa. Derecho acaso al margen de la ley, derecho moral, pero incuestionable.
¿Con qué cara el Estado mexicano fustiga a las autodefensas michoacanas? Con ninguna.
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