Si los pobres votan a la izquierda, y los ricos a la derecha, ¿a quién le interesa que haya más pobres?
Como es una constante histórica, el Estado vuelve a claudicar, pero ahora ante el enemigo más letal que pueda imaginarse: la pandemia del Covid-19.
Más allá de esfuerzos aislados de gobernantes locales, es claro que el Estado mexicano ha arriado banderas en su obligación de conducir políticas públicas para tratar de reducir los efectos de la pandemia. El Estado ha enfocado baterías en otros temas, como el electoral y el político, y ha dejado que la ciudadanía decida cómo encarar la crisis sanitaria.
La criminal irresponsabilidad de Andrés Manuel López Obrador parece haber permeado en todos los niveles gubernamentales y en la sociedad misma: la vida ha vuelto a la normalidad en México, justo cuando viene apenas lo devastador de la pandemia.
Ya en las calles los cubre bocas son cada vez más excepcionales, la sana distancia es tema olvidado, las caretas son objeto que avergüenza y el gel se queda ya en los anaqueles de las farmacias. El transporte público opera sin protocolo alguno. Las fiestas vecinales están de regreso. Las plazas públicas han reabierto sin el menor cuidado. Los antros y bares operan, aunque sea a trasmano. Todo, precisamente cuando el número de infectados y de muertes sigue en escalofriante alza y sin que sea posible prever el momento del pico en las gráficas. El criminal ejemplo presidencial está permeando.
Debe machacarse: hoy, cuando más drasticidad debiera haber por parte del gobierno para garantizar que sólo las actividades esenciales operaran, justo es cuando ese gobierno ha claudicado, ha cedido el paso a la irresponsabilidad, bajo el prurito de que a nadie debe forzarse para que cumpla protocolos sanitarios, que cada quien actúe por convencimiento. La cantaleta demencial de López Obrador ha ganado.
Así, los muertos, en mucho, deberán cargarse a la claudicación del Estado. Vaya Estado Mexicano el que tenemos. Criminal.
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