La política es el arte de servirse de los hombres, haciéndoles creer que se les sirve a ellos
Louis Dumur (1863-1933) Escritor suizo
A la luz del sistemático e histórico desapego de Andrés Manuel López Obrador al cumplimiento de la ley, es obligado cuestionar si esa actitud es intencional o por desconocimiento; si para cualquier ciudadano es grave una conducta así, en tratándose del presidente de la república el hecho adquiere niveles de alarma, niveles de preocupación escalofriante.
El más reciente episodio al respecto ilustra a la perfección de lo que estamos hablando: con la mano en la cintura, verdaderamente quitado de la pena y con toda naturalidad, se hace grabar un video en su despacho de Palacio Nacional en el que anuncia que ha firmado un memorándum para decretar la abrogación de la reforma educativa aprobada en 2013 por el constituyente.
Cualquier estudiante de primer año de Derecho -aún de la Universidad Michoacana-, sabe que un presidente, y obviamente ningún otro servidor público, no está facultado para derogar una ley solo porque así lo decide discrecionalmente, mucho menos si se trata de una ley que requirió cambios a la Constitución General de la República; luego entonces: ¿López Obrador firma ese memorándum porque desconoce la ley o porque, conociéndola, de cualquier forma lo hace con toda intención?
López Obrador no es un ignorante del marco legal, pero tampoco, me parece, dolosamente se brinca la ley; sí lo hace con intención, pero no con dolo.
¿Hay un contrasentido en ello? En apariencia sí, pero tiene una explicación: el presidente conoce la ley, sabe que no tiene atribuciones para abrogar con su sola firma la reforma educativa, pero en su lógica, subrayo, sólo en su lógica, no lo hace con dolo, porque él actúa bajo la premisa de que el fin justifica el medio, y más, si el fin es el bienestar de la población.
Es decir, para el presidente lo más importante es el bien del pueblo, o lo que él entienda por “el bien”, y si para alcanzarlo tiene que violar la ley, no importa, porque siempre será más importante el fin. Para él, sí algo se interpone en la búsqueda del bienestar que quiere dar al pueblo, es preciso quitar ese obstáculo, al precio que fuere.
Y ahí radica el peligro de AMLO, el verdadero peligro: cuando su meta se vea limitada o de plano frenada, hay que hacer lo que sea preciso para eliminar esos obstáculos, y si la Constitución es el freno, a la misma que hay que mandar a volar. Total, siempre será por el bien del pueblo.
Con esa argumentación, López Obrador firmó el memorándum. Está consciente de que es fácilmente impugnable en la Corte, pero está convencido también de que es lo que le sirve a México, y también está decidido a que ella, la Corte, pase por el tribunal popular: le acusará ante la Cnte y demás mafias magisteriales, de ser el obstáculo para derogar la “mal llamada” reforma educativa.
Pero que nadie se llame a sorpresa. Ese es López Obrador. Así se votó por él. Y esto es apenas el comienzo. Al tiempo.