La única aristocracia posible y respetable, es la de las personas decentes
Jacinto Benavente (1866-1954). Dramaturgo español, Premio Nobel de Literatura
La renuncia de algunos del clan Calderón al panismo, no puede ser visualizada sólo en el ámbito numérico, como pretenden sus opositores históricos dentro del propio partido, porque si así fuera, en efecto la salida de tres o cuatro miembros de un padrón de varios cientos de miles, puede pasar hasta desapercibida.
No, el fenómeno tiene que analizarse a la luz de la señal de la fractura evidente que hay hoy en el otrora partido disciplinado, ordenado, mesurado, “bien portado”, pues.
Ricardo Anaya y su soberbia, su incapacidad para ceder un ápice en una mundo donde las negociaciones, el ceder para avanzar, es obligado, como es la política, están llevando al PAN al despeñadero.
Que hace poco más de dos años Alfonso Martínez Alcázar renunciara al partido, pudo parecer un hecho aislado; pero que en menos de una semana Margarita Zavala, José Luis Luege y Luisa María Calderón hagan lo propio, debiera prender los focos rojos en la dirigencia, de no ser porque ésta parece absolutamente desinteresada en el fenómeno, lo que evidencia una falta de capacidad para evaluar en su justa dimensión que se le esté desmoronando el partido.
Cierto, tres o cuatro renuncias no pesan cuantitativamente hablando, pero el problema es que envían una señal de desgajamiento ante la opinión pública. Y lo paradójico para el partido, es que esta fractura le ocurre justo cuando se encontraba en el camino para volver a contender, con posibilidades de triunfo reales, en 2018, y recuperar de esa forma la Presidencia de la República. Es decir, el panismo, con Anaya a la cabeza, se está dando a sí mismo un balazo en el pie. No necesita que nadie lo vapuleé, él solo lo hace.
El desparpajo con que toman los anayistas las renuncias de sus militantes, explica en todo caso por qué el partido pasará de contendiente serio en 2018, a mero espectador. Si no, al tiempo.