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Bernard Baruch (1870-1965) Asesor presidencial de Estados Unidos
Cómo van las cosas, y aunque a priori parezca una broma de mal gusto, casi casi una ofensa a la inteligencia, no es para nada descabellado que en 2024 Cuauhtémoc Blanco sea presidente de México.
Cierto, sólo en este país puede darse que cualquiera, literalmente cualquiera, sea alcalde, gobernador y hasta presidente de la república, pero por eso mismo anticipar que el iletrado y vulgar ex futbolista pueda “dirigir” -nunca mejor utilizadas las comillas- los destinos de México, es perfectamente viable.
Blanco, ya se sabe, ganó con comodidad la alcaldía de Cuernavaca, pese a ni siquiera reunir los requisitos legales para ser candidato; Morena lo coptó e increíblemente arrasó en las elecciones para gobernador de Morelos, vaya, ni López Obrador ganó con tal holgura.
Y ya instaurados en el inminente obradorismo, que bien puede extenderse, a la buena o a la mala, en mucho más de un sexenio, en 2024 el candidato presidencial de Morena, si así lo decide el tabasqueño, puede ser Blanco, sobre todo por la garantía de votos que representa en una sociedad analfabeta, política y cívicamente hablando.
El camino está marcado: en México la preparación y la capacidad no son factores a considerar en un candidato, menos si éste es de Morena, así que Blanco, que como AMLO no hila tres frases consecutivas con sentido, tiene todas las posibilidades de ser, también, presiente de la república.
No es broma: por lo que es Morena, por lo que es el ex futbolista, por lo que es López Obrador, pero sobre todo por lo que es el electorado mexicano, en 2024 bien podemos tener el primer presidente apenas con la educación básica terminada; pero, para ser francos, los mexicanos no pedimos más, con eso nos conformamos. Si no, al tiempo.
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