En política, la sensatez consiste en no responder a las preguntas; la habilidad, en no dejar que las hagan
André Suárez (1868-1948) poeta y crítico francés
El secretario de la Defensa Nacional presenta este miércoles a los medios de comunicación, el video en el que se aprecia el momento de la detención de Ovidio Guzmán, el hijo de El Chapo, hace justo quince días en Culiacán.
Un presidente y un secretario de Seguridad con dignidad, o en un país que se preciara de respeto a sí mismo, ya hubieran renunciado por el bochornoso desenlace; bochornoso, en el mejor de los casos, sospechoso, en el peor.
Es claro que de entrada, el operativo fue pésimamente diseñado, y si se parte de que fue instrumentado no por la Sedena como tal, sino por la Guardia Nacional, que encabeza Alfonso Durazo, es evidente que éste es quien debe entregar explicaciones, primero, y luego su renuncia. Sin soslayar las consecuencias penales que su irresponsabilidad desató.
¿Por qué se permitió a Ovidio llamarle telefónicamente a su hermano Archivaldo, si cualquiera entendería el infierno que éste desataría?, ¿por qué no se anticipó un operativo para poner a buen resguardo a las familias de los militares, para evitar que fueran rehenes del cártel de Sinaloa una vez conocido el arresto de Ovidio, y en general no se organizó el operativo en toda la ciudad para inmovilizar a las fuerzas del cártel?, ¿por qué no se tramitó a tiempo la orden de detención ante el Poder Judicial?, ¿por qué un operativo de menos de un centenar de efectivos, si se trataba de ir por el hijo del capo más grande del mundo?, ¿por qué se excluyó a la Marina, que ha comprobado que es la institución más confiable para operativos de gran envergadura?
Como todas esas interrogantes caen en automático en el escritorio de Durazo, éste debió presentar su renuncia la noche misma del vergonzoso espectáculo de Culiacán, porque hablan o de una improvisación irresponsable, o de una intencionalidad de que el operativo fracasar, como finalmente sucedió.
Y López Obrador mismo debe dar cuentas, primero porque nadie cree que no estuviese enterado del operativo, y segundo por su irresponsabilidad de subirse a un avión comercial y perder intencionalmente contacto con el mundo real por más de una hora, justo cuando ardía Culiacán. Y como tampoco nadie cree que él no haya dado la orden de liberar a Ovidio, ese solo hecho debiera ser motivo de renuncia, habida cuenta que eso aquí y en cualquier lugar es una acción impropia de un gobernante, más allá de que se pretexte el mal menor, para no poner en riesgo a los civiles.
Pero es claro que nada de eso sucederá. El plan de contención de daños presidencial se echó a andar, primero responsabilizando solo a Durazo, aunque con el visto bueno del tabasqueño; luego con la supuesta investigación que iniciará la Fiscalía General de la República, pero ya sabemos en qué concluirá, y enseguida con el video presentado por la Sedena a manera de “transparencia”.
Hoy, la apuesta es al olvido, a confiar en que la batahola de eventos termine por sofocar al patético espectáculo de Culiacán. Y, como siempre en México, así sucederá. A darle la vuelta a la página, aquí no pasó nada. ¡Viva México y larga vida a la 4T!
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