La peor de las democracias es mil veces preferible a la mejor de las dictaduras
Ruy Barbosa (1849-1923) Escritor y político brasileño
Andrés Manuel López Obrador, probablemente el mayor especialista en movilizaciones, presiones, chantajes y manifestaciones anti gobierno, y evidentemente el que más provecho ha sacado de ello, hoy es el más reacio a tolerarlas, porque ahora no es él el protagonista, sino al que van dirigidas. Tal, constituye sin duda una de las premisas para definir a un dictador.
Y la conclusión no solo tiene que ver con la preocupante reacción del gobierno este sábado en la capital del país, donde se impidió una marcha al zócalo de grupos contrarios a López Obrador, lo que no sucedió nunca en los gobiernos “conservadores” priístas y panistas.
La furibunda reacción presidencial a los medios de comunicación críticos, salvo obviamente los tres o cuatro que hacen las veces de comparsas oficiales, fortalece la tesis dictatorial de López Obrador. Y ni se diga su embestida al sector empresarial, a las mujeres que claman justicia, a los padres de niños que mueren por falta de medicamentos, a los médicos que exigen condiciones mínimas para cumplir su tarea en la pandemia, a los demandantes de agua en Chihuahua, así como su irracional respuesta a los 650 intelectuales que con todo el derecho que les asiste, la endilgan una severa misiva pública.
Y la joya de la corona: su espontánea risa, burlona, hiriente, desquiciante, frente a la portada del Reforma que daba cuenta de las 45 masacres registradas, una por una, con lugar, fecha, hora y número de víctimas, este año, tres días después de que el presidente había afirmado en su “informe” que las masacres eran cosa del pasado.
Cualquier estudiante de sicología sabe interpretar la sintomatología de alguien con serios trastornos emocionales, y cualquier analista principiante ve a un dictador en ciernes. Sólo treinta millones de fanáticos siguen cegados. Noventa millones más están abriendo los ojos. Al tiempo.
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