El mundo está harto de estadistas a quienes la democracia ha degradado convirtiéndolos en políticos
Benjamín Disraeli (1804-1881) Político británico
Dice el presidente López Obrador que él garantiza que los recursos que obtenga su gobierno por la desaparición de 109 fideicomisos, algo así como setenta mil millones de pesos, se “aplicarán bien”, por ejemplo en la compra de vacunas contra el covid, obviamente en cuanto las haya.
Si no fuera López Obrador, acaso podría creérsele. Pero es él, es el presidente, es López Obrador, por tanto, no hay una sola razón, un solo argumento de peso para creerle.
Primero, es mitómano; segundo, está comprobada su ambición de concentrar todo el poder económico que le sea posible; tercero, igual corroborado está que sus prioridades en cuanto al manejo de dinero público, son dos cosas: garantizar sus tres obras emblemáticas, más allá de que las tres sean auténticos elefantes blancos, el Tren Maya, la refinería de Dos Bocas y el aeropuerto de Santa Lucía, y por otra parte asegurar sus programas clientelares, que él llama sociales, sobre todo de cara a las elecciones del 21.
Ah, y cuatro: la realidad nos muestra a un presidente absolutamente proclive a la opacidad en el manejo de recursos públicos, y vaya que en México sabemos de opacidad presupuestaria, pero él rompe cuanto record hayan impuesto sus antecesores.
Si todo eso es real, y además fácil de probar, se necesita ser muy ingenuo –a riesgo de ser llamado con un calificativo similar- para creerle que ese dinero no va a utilizarlo en cualquiera de sus dos únicas prioridades. Planteado de otra manera: ¿por qué habría pues que creerle al presidente, si se ha ganado a pulso el recelo?
De cualquier forma, y dada la opacidad con que suele manejarse el tabasqueño, será imposible seguirle el rastro a esos setenta mil millones de pesos, una vez que lleguen al cajón presidencial. Si no, al tiempo.
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