Hay momentos en la vida de todo político, en que lo mejor que puede hacer es no despegar los labios
Abraham Lincoln (1809-1865) Presidente de Estados Unidos
Otrora orgullo a nivel internacional, el servicio diplomático mexicano se perfila a su absoluta hecatombe o, mejor dicho, hacia allá lo empuja el presidente López Obrador.
Éste, parece empeñado en derrumbar una de las instituciones más sólidas del gobierno mexicano, su servicio exterior. Ciertamente, todos los presidentes lo han usado para acomodar piezas en función de intereses políticos, pero en general se han respetado los procesos del servicio civil de carrera diplomática. Hoy, con López Obrador aquello se ha vuelto una chunga: al Ejecutivo no le preocupa en lo más mínimo el tipo de personajes que está buscando colocar en las embajadas y consulados mexicanos, muchos de los cuales son una auténtica vergüenza para el país.
Actúa sin pudor alguno y sin respeto a los países a los cuales pretende enviar embajadores, pero también lo hace en desdoro del nuestro. Empero, el presidente comienza a recibir respuestas tan severas, que han logrado lo increíble: que recule.
Así sucedió con su decisión de enviar como embajador en Panamá al impresentable Pedro Salmerón, un sujeto acusado por decenas de mujeres, de acosador sexual. Pero no fueron las muestras de indignación y rechazo de las mujeres lo que hizo que el presidente se retractara, sino la advertencia del gobierno canalero de que no aceptaría tal nombramiento. Y acaso a manera de revancha, López Obrador anunció que propondrá en lugar de Salmerón, a Jesusa Rodríguez, que en lo más mínimo reúne el perfil de una embajadora.
Por separado, España tardó un par de meses en aceptar como embajador mexicano al ex gobernador sinaloense Quirino Ordaz, con serias dudas sobre su probidad, pero que obtuvo el nombramiento como pago por que no tuvo empacho en traicionar a su partido, el PRI, y entregar la gubernatura a Morena el año pasado. Ese mismo origen tienen los nombramientos de los también priístas Claudia Pavlovich, ex gobernadora de Sonora, como cónsul en Barcelona, y Carlos Aysa, de Campeche, como embajador en República Dominicana. Todos ellos lograron una posición diplomática a cambiar de propiciar la derrota de su partido en sus estados, en favor de Morena.
Ninguno de todos ellos tiene la menor experiencia en el mundo de la diplomacia, pero López Obrador está usando las embajadas y consulados como premios políticos. El servicio civil de Relaciones Exteriores va rumbo al precipicio. Al tiempo.
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