Cuando no se elige al más animal de todos, parece que no es realmente democracia
Albert Guinon (1863-1923) Dramaturgo francés
En un derroche de soberbia y desprecio absoluto por las normas legales, el presidente López Obrador puso la primera piedra de uno de sus más importantes caprichos y, en una de esas, de un negocio disfrazado de capricho: la refinería de Dos Bocas.
Nadie entiende, ni siquiera sus allegados, aunque éstos obviamente están obligados a justificar lo injustificable, el empecinamiento presidencial en gastar cientos de miles de millones de pesos en una obra que será un modelo de elefante blanco.
En lo técnico, es imposible argumentar a favor de una refinería de petróleo casi por iniciar la tercera década ¡del siglo 21!, cuando el mundo entero camina rumbo a la utilización de energías no contaminantes: un párvulo comprende la tontería de construir una refinería que iniciaría operaciones, en el mejor de los casos, en unos cuatro años, cuando es un hecho que apenas unos cinco después ya la mayor parte de los vehículos no usarán gasolina, serán eléctricos.
De hecho, seremos, o ya somos, el hazme reír del mundo, porque ningún país construye refinerías hoy día.
En lo económico, ni hablar; ese dato de la inviabilidad de la obra, habla de la inmoralidad de tirar a la basura más de 300 mil millones de pesos.
López Obrador justifica que la refinería será construida directamente por Pemex, dado que ninguna de las empresas especializadas que fueron invitadas a presentar propuestas, se quiso arriesgar a hacerse cargo, no solo por su costo sino por el tiempo que el Gobierno le daba, lo que garantiza, dice, que no habrá corrupción.
Cierto que la constante de las obras que hacen las empresas al gobierno, suelen tener como común denominador la corrupción, vía el moche o diezmo, ¿pero quién garantiza que no habrá corrupción con el Gobierno como constructor directo?, nadie, por supuesto; más aún, es altamente probable que una obra manejada por el Gobierno tenga una enorme posibilidad de ser más desaseada que si la ejecutora es una empresa, y ya es mucho decir.
¿Cómo entonces tratar de encontrar un atisbo de explicación a una obra que será un monumento a la estupidez? Pues sólo atinaría a decir: es que es México. Ah, y es que es López Obrador.
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