Nunca discutas con un superior: corres el riesgo de tener razón
Marco Aurelio (121-180) Emperador romano
A la luz del creciente fenómeno de agresiones de todo tipo en contra de candidatos a diferentes cargos de elección, particularmente a alcaldes, en todo el país y que en Michoacán no es desde luego la excepción, es obligada la duda: ¿cuántos de los próximos presidentes municipales, sobre todo, pero también cuántos de los próximos diputados federales y locales, lo serán porque fueron “palomeados” por el crimen organizado, que obligó a sus adversarios a “bajarse” de la elección, aunque sea en los hechos, más allá de que no hayan renunciado formalmente?
El número es imposible de conocer, ni siquiera por las áreas gubernamentales, dado que la mayor parte de los casos de amagos e intimidaciones, o de plano amenazas a candidatos, no trascienden, solo quedan en el ámbito reducido de víctima y victimario. Pero en el caso michoacano, no es aventurado advertir que de los ciento doce alcaldes que tomarán posesión en agosto próximo, tranquilamente la mitad llegarán porque el crimen organizado se encargó de liquidar las aspiraciones de sus oponentes.
A esa estimación se llega en función del comportamiento histórico de este tipo de escenarios, que ya tienen al menos un par de décadas en Michoacán, corroborados por los testimonios de los propios candidatos amenazados y políticos que abordan este tipo de temas con reporteros, siempre a condición del anonimato, por lo demás entendible.
Está claro que es casi imposible que alguien gane una elección municipal en zonas como la tierra caliente, la costa o el bajío, sin el visto bueno de los capos locales. Más aún: municipios como Uruapan, Lázaro Cárdenas, La Piedad y Zamora, es altamente probable que hayan caído en ese mismo escenario. Huelga aclarar que esa lógica impera absolutamente al margen de colores y partidos.
Es un problema al que casi nadie parece prestar atención, ni en esferas gubernamentales ni partidistas. Se da por descontado que es parte de los riesgos propios de la política. Es una especie de valor entendido. Pero ello no reduce la gravedad del fenómeno, al contrario, la acentúa, porque solo confirma que en realidad el gran elector en buena parte de los municipios michoacanos, como del país, no es el ciudadano que acude a votar, sino el crimen organizado. Cierto, gana el candidato que recibe más votos, pero ya antes el crimen hizo lo suyo: se aseguró que no hubiera competencia para “su” candidato. Por tanto, son los capos los grandes electores, sobre todo en ayuntamientos y no sería descabellado que por igual lo sean en el caso de diputados. Patética realidad.
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