Un demagogo es aquel que predica doctrinas que sabe que son falsas, a personas que sabe que son idiotas
Henry Mencken (1880-1956) Periodista norteamericano
No había nada que esperar del segundo Informe de Andrés Manuel López Obrador, y finalmente se cumplió la expectativa. Y no podía ser de otra forma, si el presidente se ha vuelto absolutamente predecible.
A la vuelta de casi dos años, López Obrador parece haber dilapidado ya por completo, o en su mayor parte al menos, el enorme capital político con el que abría su gestión aquel primero de diciembre de 2018, y este martes presentó su “informe” sólo porque tenía que hacerlo desde el punto de vista legal, y porque se trata de una oportunidad más de seguir en el marco de lo que domina: la exposición mediática ante los suyos, ante su electorado.
Al cabo de 21 meses justos, el tabasqueño no tenía nada que mostrar de avances, simplemente porque no los hay. Punto.
Y por eso no los presentó, se acogió a la verborrea tradicional: la corrupción terminó, pero no dice que cuando toca a su puerta, incluyendo la familiar, vuelve la mirada a otro lado; que la pandemia ha sido bien manejada, pero no alude a los 65 mil muertos oficiales –cerca de doscientos mil si nos atenemos a lo que el propio López Gatell plantea como cifra real; la economía no está tan mal, pero soslaya los millones de empleos perdidos este año y la caída sin precedentes de hasta el 15 por ciento del PIB; que hoy su gobierno no está aliado con el crimen organizado, pero evita recordar la sospechosa libertad que él autorizó a Ovidio Guzmán y los afectuosos acercamientos con la madre de El Chapo Guzmán; que la inseguridad y criminalidad están bajo control, pero olvida incluir a los sesenta mil muertos por esos factores; que los pobres hoy son primero, pero deja de lado que gracias a la irresponsabilidad e ineficacia cuatroteísta, hoy hay más pobres, al nivel de miserables; que hoy no se dilapida el recurso público, pero se guarda que por cancelar la construcción del aeropuerto de Texcoco se perdieron 200 mil millones de pesos, y por construir una inservible refinería se irán a la basura cincuenta mil más; que ya se acabaron los lujos, pero omite que vive en un palacio, que hoy el uso del poder para enriquecimiento personal terminó, pero borra del mensaje a Pío, a Bartlett, a Irma Eréndira Sandoval y un largo etcétera.
Hoy, el presidente es un fantasma que recorre los pasillos de Palacio Nacional, sin idea –ni voluntad de encontrarla- de cómo encauzar al país en su imperativa remontada. Pulula en el peligroso recorrido hacia el despeñadero, pero él supone que va en sentido contrario. Hoy, es un presidente que sólo se concentra en sus treinta millones de votantes porque sus cuentas le dicen que con ellos alcanza a obtener la mayoría en San Lázaro en el 21, y los otros noventa millones pueden morir, pueden perder su empleo, pueden volverse miserables en términos económicos, que nada importan, mientras la 4T siga viento en popa. Es, por si fuera poco, un presidente del que cada vez más dudamos de su estabilidad emocional y mental, que vive su propia realidad mientras afuera de Palacio el país se desgarra y se hunde.
Ese es López Obrador hoy, ese es su gobierno hoy, esa es su 4T hoy; por tanto, el “informe” de este primero de septiembre fue como se esperaba: rollo, porque no hay nada que informar.
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