La diferencia entre una democracia y una dictadura, es que en la democracia puedes votar antes de obedecer órdenes
Charles Bukowski (1920-1994) Escritor alemán
Está claro ya que el México ideal para Andrés Manuel López Obrador, tanto para su visión ideológica como para garantizar la prosperidad de su 4T, es aquel en el que no exista clase media, menos clase alta, sino ejércitos de pobres y miserables, que sólo logren sobrevivir por la caridad gubernamental, pero que jamás puedan crecer y dejar atrás esa condición.
Sólo así puede contextualizarse su demencial y terrorífica advertencia de este jueves: si van a quebrar empresas, pues que quiebren. ¿Qué tal?
Y no es que el presidente haya enloquecido de un día a otro, ni siquiera a partir de que tomó el poder. No, él es congruente con su visión del mundo, eso habrá que reconocerlo. El problema es que muchos no tuvieron la capacidad de advertirlo en julio del 18, otros, avisorándolo, no tuvieron de todos modos empacho en votar por él, y muchos otros, en peligrosa ignorancia, que de planto les dio igual la clase de político que es López Obrador. No fueron mayoría, porque ésta se diluyó entre otras opciones, pero sí suficientes para poner al país en ruta al desfiladero.
Simplemente, López Obrador está gobernando a lo López Obrador. Punto. Para él, lo mejor es terminar con las clases sociales, para que sólo quede vigente la de los pobres. Para él, hay que terminar con la riqueza, para que únicamente impere la pobreza, y si es analfabeta, mejor.
Es la visión de los dictadores: al pobre es más fácil dominarlo, con una torta y una pensión miserable es suficiente, eso sí, entregados con la condicionante de mantener al régimen en el poder a la hora de las votaciones, las chocantes y fastidiosas votaciones. López Obrador supone que entre más pobres, ignorantes y adormilados haya en México, más posibilidades tiene de alargarle la vida a su 4T. Y tiene razón. De ahí su política de exterminio de las clases media y alta, y aún de la trabajadora, millones de cuyos integrantes quedarán en el desempleo, no ante la indiferencia, sino ante la simpatía del presidente.
De ahí, pues, su llamado a no ver lo material, sino lo espiritual; de ahí su desdén a la empresa y a los empleos en ella; de ahí que se niegue a utilizar un centavo para garantizar empleos, y de ahí también su necedad por manejar todo el presupuesto como chequera personal, para garantizar que sus programas de dádivas a los pobres alcancen en el 21 a inclinar la balanza electoral para Morena.
Pero, insisto, que nadie se diga sorprendido: López Obrador no está engañando a nadie, no está cambiando ya en el poder. Así ha sido siempre. La culpa, en todo caso, es de la ignorancia del mexicano que nunca lo percibió. A ver si no es demasiado tarde.
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