Quienes alcanzan el poder con demagogia, terminan haciéndole pagar al país un precio muy caro
Adolfo Suárez (1932-2014) Político español
Es penoso, por decir lo menos, la forma en que la 4T empuja a pasos gigantes el regreso al México que parecía estarse olvidando.
Ahora toca el turno al renacer de la infame partida secreta presidencial, que vuelve a la vida, con otro nombre, claro, y disfrazada, al aprobar este lunes el Senado de la República la Ley Federal de Austeridad Republicana.
Como tal, con el nombre de “partida secreta”, desde luego no existe. Los senadores morenistas y el presidente López Obrador se cuidaron de echar mano de eufemismos, pero el artículo 61 de la referida ley, no deja lugar a dudas: “los ahorros generados como resultado de la aplicación de dichas medidas deberán destinarse, en los términos de las disposiciones generales aplicables a los programas del ejecutor del gasto que los genere. Por cuanto hace al Poder Ejecutivo, dichos ahorros se destinarán a los programas previstos en el Plan Nacional de Desarrollo o al destino que por decreto determine el titular”.
¿Así, o más claro?
Conservadoramente, se estima que sólo este año López Obrador manejará “por decreto” alrededor de ¡noventa mil millones de pesos! Una barbaridad, una bofetada no sólo al pueblo bueno y sabio, sino a su propia tesis de la lucha contra la corrupción: no hay nada más fácil para caer en actos de corrupción que manejar a discreción ¡noventa mil millones de pesos!
La partida secreta fue creada en 1917 para que el presidente la manejara a su antojo, so pretexto de que debía contar con un recurso para contingencias y escenarios que demandaran la aplicación de dinero sin necesidad de pasar por el tortuoso burocratismo que en lo general marcaba el manejo del presupuesto. Al amparo de ese pretexto, huelga recordar, muchos presidentes y sus familias se volvieron millonarios.
Lo paradójico del caso es que apenas en abril anterior, Morena impulsó justo la desaparición de la partida secreta presidencial del Presupuesto de Egresos de la Federación, y lo festinó como un gran logro de la democracia y resultado de la llegada de la Cuarta Transformación. De hecho, lo era, el asunto es que nadie nos dijo en ese momento que apenas menos de tres después la partida reaparecería disfrazada.
Eso sí, López Obrador se apresuró a aclarar la mañana de este martes, que él cede esa facultad discrecional que le da la Ley de Austeridad, al secretario de Hacienda, para que éste sea el que decida cómo se emplearán los recursos obtenidos por la aplicación de las medidas de austeridad. Como si alguien creyera que Carlos Urzúa es autónomo. ¡Vergonzoso!
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