Los pueblos flojos y débiles, sin voluntad y sin conciencia, se complacen en ser mal gobernados
Jacinto Benavente (1866-1954) Dramaturgo español
Seamos honestos, no políticamente correctos: el gobierno cubano siempre ha buscado gobernantes de otros países ingenuos, o que no lo son pero que terminan regalando dinero a la isla, con la patraña de la asesoría en rubros en los que supuestamente tiene un gran desarrollo: educación y salud.
Cierto, hasta hace algunos años, Cuba incentivó el desarrollo de ambos sectores, más como parte de una campaña de propaganda que por buscar mejores niveles de bienestar para su población. Se vendió al mundo la idea de que en Cuba no había analfabetismo ni nadie que no tuviera acceso a la salud.
Era una verdad a medias: el analfabetismo en general sí se erradicó, pero más allá de eso la educación superior ha sido siempre de acceso bastante limitado y, peor aún, con un sesgo ideológico, no realista de las necesidades profesionales en el mundo actual. Y en el tema de salud, igualmente habría que entrecomillar el «logro»: sí, mucho tiempo hubo un avance notable de la medicina cubana, pero ésta se ha quedado desde hace un par de décadas bastante rezagada, porque el gobierno no ha podido adquirir los equipos tecnológicos ni las investigaciones para que sus estudiantes estén al día en la preparación. Y ni hablar del acceso a la salud de los cubanos, limitada a la atención elemental, nada de segundo o tercer nivel.
El gobierno cubano ha vendido esa falsa premisa, y se ha dedicado a ofertar maestros y médicos por el mundo entero, pero sólo han caído en el embuste algunos gobernantes ingenuos pero sobre todo quienes dolosamente han querido regalar con ese pretexto miles de dólares a la dictadura isleña: Venezuela, Bolivia, Nicaragua, y algunos países africanos, identificados con Cuba en términos ideológicos.
El contexto es fundamental para dimensionar la decisión del presidente López Obrador de volver a contratar a médicos cubanos, como una especie de solución mágica a los principales problemas de salud del país. Por supuesto que él tiene plena conciencia de que se trata de una patraña eso de que los médicos cubanos vendrán a solucionar algo en México. Pero López Obrador quiere aportar a la alicaída economía de la revolución que desembocó en dictadura en Cuba, y la mejor manera es regalar dinero bajo ese pretexto. Prestarle significaría una deuda. Regalarlo bajo la careta de los servicios médicos, es menos engorroso y más práctico.
Michoacán sabe, y bien, de los embustes cubanos: Lázaro Cárdenas Batel le regaló cien millones de pesos al gobierno cubano, con la payasada aquella de Alfa, por el que se trajo a cientos de maestros de ese país a la entidad a alfabetizar, suplantando al INEA. Al cabo de unos meses, para justificar el dinero, se levantó bandera blanca que suponía que se había erradicado el analfabetismo en el estado. Al poco tiempo se descubrió el embuste: los adultos alfabetizados por los cubanos ya no sabían leer y escribir otra vez, «debido a que no habían practicado». Pero eso no importaba, el dinero michoacano ya estaba en las arcas caribeñas.
Cuba, podríamos decir coloquialmente, nos ha visto el gabán al menos en dos ocasiones y se alista para volverlo a hacer. Pero la culpa no es del indio, sino del que lo hace compadre.
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