Cuando la política promete ser redención, promete demasiado. Cuando promete hacer la obra de Dios, pasa a ser no divina, sino demoníaca
Cardenal Joseph Ratzinger (1927-?) Papa de la Iglesia Católica
Para no variar en temas relevantes en este país, la legalización del consumo de marihuana con fines lúdicos, llegó tarde, demasiado tarde, si es que con esa medida se pretende, como sugieren algunos ingenuos, que se incida para reducir los niveles de violencia que genera la actividad del crimen organizado y del narcotráfico en particular.
Como se sabe, la Suprema Corte de Justicia de la Nación determinó que es inconstitucional la ley que obliga a la Secretaría de Salud, a través de Cofepris, a prohibir y rechazar toda solicitud por parte de particulares para la compra, siembra y consumo de marihuana.
Al haber el número suficiente de resoluciones en el mismo sentido por la Corte, la disposición crea jurisprudencia y es obligación de Cofepris autorizar en segunda instancia las solicitudes en ese tenor, si bien en primera debe negarlas porque la ley referida sigue vigente.
La medida de la justicia federal tiene que interpretarse en, al menos, dos vertientes: primera, como un respeto a la toma de decisiones por parte de los mexicanos adultos, y segundo, en su aporte en las políticas públicas para tratar de contener y revertir la violencia originada por el crimen organizado y del narcotráfico.
En el primer punto, puede o no ser sana la disposición, ello es objeto de discrepancias válidas, pero en el segundo, es absolutamente desfasada. Es decir, debe verse sólo en su ángulo de salud pública, pero no en el de seguridad.
Ello, porque no hay duda que hace mucho que la marihuana dejó de ser tema toral en el narcotráfico en México, al pasar a último término en cuanto a las prioridades de quienes se dedican al cultivo, tráfico y comercialización de enervantes. Hoy hay muchas vertientes más relevantes que la marihuana.
Pero peor aún si lo vemos como un supuesto aporte para pegarle al crimen organizado, toda vez que éste ha encontrado incluso la forma de seguir creciendo aún sin tener como fundamento de su actividad al narcotráfico. Hoy, el secuestro, el cobro de piso y la extorsión constituyen las bases más sólidas del crimen organizado: son mucho más redituables y significan menor riesgo para quienes se dedican a ello.
Por eso, la legalización de la marihuana debe resaltarse como una medida, digamos aceptada –sujeta a la polémica, pero en términos generales y abiertos, aceptada-, si se ubica en las políticas públicas en materia de salud pública, pero absolutamente desfasada y tardía en la lucha gubernamental contra la violencia del crimen organizado. En ésta, por supuesto no incidirá un ápice. Para que así hubiera sucedido, la legalización tendría que haberse dado en los setenta u ochenta. Es demagógico o, por lo menos, ingenuo, suponer hoy lo contrario. Al tiempo.