Gracias a la libertad de expresión, es posible decir que un gobernante es inútil sin que nos pase nada…aunque al gobernante tampoco
Jaume Perich (1941-1995 ) Escritor español
En el marco de la embestida presidencial contra los medios de comunicación, a los que por cumplir su función informadora y de emisión de opiniones, Andrés Manuel López Obrador les endilga un día sí y otro también, cuanto calificativo de denostación conoce, deben resaltarse algunos casos emblemáticos que pueden dar luz en torno a la siempre difícil relación del poder público con los medios.
Los casos de los periódicos La Jornada y Reforma, y la revista Proceso son francamente interesantes en el análisis de su comportamiento.
Reforma, ya se sabe, es para López Obrador el destinatario perfecto de su arranques dictatoriales, al acusarlo que invariablemente le publica informaciones “negativas” a su gobierno. El presidente olvida, o finge olvidar, que Reforma desde su nacimiento es un diario crítico al poder público, al margen de momentos, circunstancias o colores partidistas que arriben al gobierno. La postura crítica de Reforma no nació con López Obrador, pero éste, perversamente, así lo expone sistemáticamente.
Algo similar sucede con Proceso. Revista que es sinónimo de la crítica y la investigación periodística, toda su larga existencia ha ido de la mano justamente de esa premisa. Siempre ha sido crítica del poder, lo mismo que Reforma, no de ahora.
López Obrador lo sabe, pero mientras estuvo en la oposición aplaudió a ambos medios porque por definición, la mayor parte de la crítica y los señalamientos de un medio de comunicación, tienen que ver con el poder público en turno. Luego entonces, hoy que López Obrador está del lado oficial, su talante autoritario y antidemocrático le impide aceptar que ahora le toca a él ser el destinatario de la crítica.
Caso diferente es el del periódico La Jornada. Cumplió por décadas un sano e imprescindible papel de contrapeso desde el periodismo de izquierda respecto de los excesos del poder público. Su “problema” fue que la izquierda llegara al poder, ya que desde el gobierno capitalino de Cuauhtémoc Cárdenas y luego del propio López Obrador, La Jornada enfocó sólo su función crítica hacia el gobierno federal. A los perredistas de la Ciudad de México de inmediato les dio otro trato, de protección, de connivencia. Pero el momento cumbre para La Jornada llegó en 2018, con el arribo de López Obrador ya no a un nivel importante, aunque aún intermedio, como la jefatura de gobierno de la Ciudad de México, sino a la mismísima Presidencia.
El gran dilema para La Jornada fue mantener su histórica línea crítica al régimen en turno, lo mismo que Reforma y Proceso, o alinearse a la 4T. Desafortunadamente, optó por esto último, y hoy ha dejado de ser un referente periodístico, y se ha vuelto una especie de El Nacional, aquel periódico vocero oficial del gobierno en turno. Abandonó su línea periodística histórica, aunque en términos financieros ello le haya significado una época de esplendor en este gobierno. La Jornada es más un vehículo de propaganda ideológica que de ejercicio periodístico.
La 4T también está obligando a los medios a asumir posiciones. A confirmarlas en unos casos, a variarlas en otros. twitter@jaimelopezmtz jaimelopezmartinez@hotmail.com