La política y la ética pertenecen a mundos diferentes
Adam Michnik (1946-?) Periodista polaco
Toda obra pública conlleva un beneficio colectivo y como tal es válido apelar a la comprensión ciudadana por las molestias e incomodidades que genera. Pero todo tiene un límite. Lo sucedido en Morelia con la construcción de los dos distribuidores viales, los de las salidas a Salamanca y a Mil Cumbres, ha sido el colmo de la ineficacia y, por ende, de la afectación a los morelianos.
No sé si hay alguien que registre los record de las obras más lentas; si es así, las dos de Morelia pueden competir con altas posibilidades de triunfo.
Dos años después de iniciadas y es hora que no culminan. Apenas van entrando en operación por partes. En cualquier ciudad que se respete, un distribuidor vial de esas características no requiere más de seis meses para construirse.
Y algo similar ha sucedido con otras obras como la del puente Siervo de la Nación, o la repavimentación de la avenida Lázaro Cárdenas, a la altura del mercado Independencia. Fueron todas un dechado de demora y de afectación a miles de vecinos, automovilistas y peatones.
Lo curioso en casi todos esos casos, es que no se retrasaron por falta de recursos gubernamentales, sino por la ineficacia e incapacidad de las empresas constructoras, lo que hace suponer que los gobiernos licitantes se equivocaron en la adjudicación de los trabajos, o bien que a sabiendas de que los beneficiarios no tenían la capacidad para ejecutar las obras, aun así se las entregaron por algún trasfondo de corrupción.
Como sea, los dos distribuidores y el puente en Siervo de la Nación están en su etapa final. Deben ser concluidos ya, pero simultáneamente deben obligar a una revisión de las políticas públicas en materia de ejecución de obras, tanto para el ayuntamiento como para el gobierno del estado. Es absurdo una demora de más de 18 meses.
Ambos niveles de gobierno deben revisar sus protocolos de licitación para asegurarse que las empresas ganadoras cuenten con la fortaleza, financiera sobre todo, que garantice obras en el tiempo y con la calidad pactados.
Cierto, para ello, deben sepultarse moches y “entres” para ganar licitaciones. Y es que por increíble que pueda parecer, a tal grado llega el hastío y las afectaciones en ese tipo de obras, que hay quien prefiere que no se ejecuten. Veremos qué tanto le sirven esos casos a los gobiernos municipal y estatal, o si nada cambiará, pese al negro precedente que se ha sentado. Por lo demás, a la pesadilla todavía le quedan 774 días.
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