Para los que no tenemos creencias, la democracia es nuestra religión
Paul Auster (1947-¿) Poeta norteamericano
A ver: el punto no es si el 17 de octubre el Estado claudicó o no ante el crimen organizado, o si se instauró o no un narco-estado; eso evidentemente está aceptado dentro y fuera de la 4T, con matices pero no hay duda de ello.
No, el problema es dilucidar porqué se claudicó y qué consciencias traerá.
A la primer interrogante, cabrían tres posibilidades a manera de explicación: por temor presidencial al poder del narco; por colusión con él, o porque López Obrador cree sinceramente que su absurda “estrategia” de los abrazos, los fuchi y las regaños de las abuelas, sea la solución al cáncer de la criminalidad.
En el fondo, lo realmente grave es que cualquiera de las tres posibilidades es igualmente preocupante: un presidente temeroso, coludido o ingenuo, no le sirve al país, salvo a los crimínales, aunque también es perfectamente viable que las tres opciones no riñan entre sí, sino que se complementen.
Como sea, el daño ya está hecho y parece, al menos a corto y mediano plazo, irreversible; por tanto, la reflexión debe ahora centrarse en las consecuencias, y éstas serán absolutamente desastrosas para el país, toda vez que ni siquiera los obligados matices tienen cabida en este caso.
La claudicación gubernamental ante el crimen organizado producirá retroceso en confianza para la inversión, pulverización de estado de derecho, desmoronamiento absoluto del principio jurídico que establece que la obligación primaria de todo Estado es garantizar la seguridad de sus gobernados, pero ante todo, el convencimiento ciudadano de que ya no se cuenta con las fuerzas armadas, mucho menos con las policías civiles, como coraza ante la delincuencia, y de que la ley de la selva y el sálvese quien pueda, se aplica ya por decreto presidencial y todo lo que espeluznantemente significa.
Ya había desánimo y terror ciudadano antes de la 4T, pero al menos seguíamos alentando la idea de que el Gobierno “algo” podía hacer, “algo” haría antes de que el país de plano se fuera al barranco. Hoy, ni siquiera esa remota expectativa sigue abierta, está cancelada; hay hoy la certeza de que el crimen, que de facto estaba apoderado del país, ahora lo está pero por decreto presidencial, ya con carácter oficial.
Hoy ya no hay duda de que la noche nos alcanzó, de que la pesadilla comenzó y, lo peor, que no parece haber el antídoto para ella, no al menos antes de 2024.
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