La democracia está en peligro cuando un presidente puede decir lo que se le dé la gana
Arturo Umberto Illia (1900-1983) Político argentino
La imagen que gusta proyectar es la de un concentrador de poder absoluto, una figura en la que nada en su entorno se mueve si él no lo avala. Empero, los hechos parecen empecinados en echar abajo ese halo. En efecto, algunos episodios evidencian que en momentos y temas cruciales, no parece tener ese control pleno del que quiere hacer gala.
El presidente López Obrador ha quedado expuesto con la postura de Julio Scherer Ibarrra, su ex jefe jurídico, su “hermano”, a través del semanario Proceso, fundado por su padre. Scherer ha dado una estocada letal al régimen y, particularmente, a su cabeza, el presidente.
Scherer evidencia cómo el fiscal Gertz Manero y la ex secretaria de Gobernación, ahora senadora, Olga Sánchez Cordero, se han confabulado para torcer el marco legal en varios escenarios y circunstancias, algunos en su propio detrimento. Y si bien advierte que mantiene intacta su lealtad e identificación con López Obrador, su denuncia en realidad termina siendo un obús contra éste, el presidente.
Me parece que no su intención, porque claramente busca enderezar las baterías contra sus enemigos Gertz y Sánchez Cordero, pero sin duda Scherer está consciente de que en el fondo, al que toca con tiro letal es al presidente. Del fiscal y de la senadora no parece haber muchas dudas de que lo afirmado por Scherer es fundado, ninguno de los dos tiene la solvencia moral para suponer que éste miente. Por tanto, ahora sí que sin querer queriendo, el mazazo va directo contra el tabasqueño, que queda evidenciado como un jefe de gobierno que envía una señal de poderío y de concentración de poder, pero que en realidad da muestras de debilidad cada vez con mayor y preocupante frecuencia. Esta es una de dimensiones descomunales.
La postura de Scherer no deja lugar a dudas: López Obrador no tiene el menor control de lo que sucede con personajes claves de su 4T, como el fiscal y Sánchez Cordero. No tiene la capacidad de mantener un mínimo de cohesión, siquiera de orden y disciplina. El barco cuatroteísta se le va a pique, se resquebraja, y él, como capitán, se muestra incapaz de contener la tragedia.
Tan ensimismado ha estado en construir sus castillos en el aire de una supuesta transformación social en su gobierno, que López Obrador ha sido incapaz de advertir el momento y por dónde comenzó a hacer agua su navío. Hoy, parece irremontable el peligro de hundimiento. Scherer, su hermano, parece haberle dado una estocada letal. Al tiempo.
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