La alternancia fecunda el suelo de la democracia
Winston Churchill (1874.1965) Político británico
Las fuerzas armadas construirán el aeropuerto de Santa Lucía, luego lo administrarán y obtendrán los jugosos dividendos de su manejo; participarán en la construcción de un tramo del Tren Maya; se harán cargo de la administración y vigilancia de las aduanas y puertos del país, y están enfocadas desde hace un año a la contención de la migración centroamericana, con tal de que no llegue a incomodar a Estados Unidos. Ninguna de esas actividades es inherente a la milicia. En cambio, las que sí lo son, las que forman parte de su campo de obligación, como la lucha contra el narcotráfico y los cárteles del crimen organizado, resulta que de ellas han sido alejadas las fuerzas armadas, porque hoy la “estrategia”, la sospechosa estrategia, es no combatirlos, es dejar que terminen de apoderarse del país, con el visto bueno gubernamental.
Así puede resumirse la participación del Ejército y la Marina en la 4T: no se enfocan en sus tareas previstas en la ley, y en cambio son destinados a otras ajenas por completo. Todo, por decisión expresa, discrecional y en la mayor parte de ellas, ilegal, del presidente López Obrador.
Nunca, ni en los tiempos en los que formalmente el Ejército estaba involucrado en tareas del poder público, las décadas posteriores a la Revolución, tuvo un presidente el descaro y la irresponsabilidad de militarizar las actividades gubernamentales a ese grado.
Y, claro, por más que no sean sus tareas, pero ofrecerle al Ejército en bandeja miles de millones de pesos solo por la construcción del aeropuerto y luego por su operación, evidentemente no será una asignación que se rechace así porque sí.
Darle tantas canonjías a las fuerzas armadas, en México y en cualquier país, siempre será de un altísimo nivel de riesgo social: al sucesor de López Obrador resultará altamente complicado quitarle de las manos a los militares las minas de oro que ahora están recibiendo del presidente, a riesgo de volverle la espalda. Es decir, los altos mandos castrenses quedarán acostumbrados al oropel de la 4T, y cualquier medida para regresarlos a la normalidad, no será tan fácil de ejecutar.
Todo ello, sólo parece tener una explicación: López Obrador buscar garantizar el respaldo militar ante eventuales manifestaciones de inconformidad social por el desastre que significa su gobierno y la burda forma en que lleva al país al barranco en prácticamente todos los rubros, o bien, garantizar ese respaldo cuando él avance en la consecución de un régimen autoritario, donde se pulvericen órganos autónomos y la división de poderes, proceso que nadie puede no ver desde ahora.
Irónico: el presidente que como candidato despotricó siempre contra el Ejército, al que culpó incluso de criminal en no pocos escenarios, como Ayotzinapa, hoy se ha convertido en el más obsequioso y benefactor de los mandatarios para con las fuerzas armadas. Los hechos son irrefutables.
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