En política, todo necio es peligroso mientras no demuestre con hechos su inocuidad
Santiago Ramón y Cajal (1852-1934) Científico español
Casi dos mil millones de pesos tiró el INE en el bote de la basura para que se satisficiera la egolatría de Andrés Manuel López Obrador y se le organizara su fiesta, pero también su ensayo. Lo de este domingo fue una farsa.
Y no porque el INE haya incurrido en una violación al mandato constitucional que tenía enfrente. Simplemente lo acató y lo hizo como siempre, bien. La farsa es porque de lo que se trataba era de cumplir el capricho de un ególatra, un presidente desquiciado por el poder y que ha rebasado todo límite de falta de cordura. Pero peor aún: se trataba de seguirle el juego dictatorial: tenemos un presidente fuera de sí que está ensayando escenarios demenciales como extender su mandato en el 24. Lo de este domingo fue entonces, además de una farsa, un ensayo. Una farsa y un ensayo multimillonarios.
El resultado de la pomposamente llamada revocación de mandato era el que cualquiera con dos dedos de frente podía anticipar: primero, ni de lejos se iba a llegar al 40 por ciento de la votación mínima requerida para que su resultado fuese vinculatorio; no llegó ni a la mitad, se quedará cuando mucho en el 18 por ciento. Segundo, obviamente López Obrador “ganó” la consulta, porque al acudir a votar casi únicamente sus seguidores, el resultado era previsible. Muchos acudieron convencidos, pero muchos también obligados por los gobernadores y alcaldes morenistas, bien porque son beneficiarios de programas de gobierno, bien porque son burócratas que no quieren perder su chamba. Aproximadamente el 91 por ciento de los votantes sufragó en favor de que el presidente se quede en el cargo, el 7 porque renuncie y el resto anuló su voto.
En términos democráticos, el dato preocupante es que ocho de cada diez ciudadanos decidieron que no valía la pena acudir este domingo a votar. Y si, como dice López Obrador, el pueblo manda, pues el pueblo decidió por abrumadora mayoría, que no vale la pena ser partícipe de una farsa. Claro, para el presidente, el “pueblo” solo lo constituyen sus seguidores.
Y en términos políticos, a López Obrador se le han encendido los focos rojos. Solo baste ver esta secuencia: en la elección presidencial de 2018 obtuvo, números redondos, 30 millones de votos; en la de 2021 su partido alcanzó solo 20 millones, ahora los que acudieron a darle el “sí” no pasarán de 16 millones. Caída libre de votaciones conforme avanza su mandato.
Pero todo ello ya se sabía. Nada sucedió este domingo que no fuera previsible. ¿Por qué entonces jugar un juego amañado? Pues porque tenemos un presidente que ya no puede controlar su egolatría, así enviemos al basurero casi dos mil millones de pesos para cumplirle el capricho, pero sobre todo, porque tenemos un presidente que este domingo ensayó su perverso juego de la extensión de mandato para el 2024. Si no, al tiempo. Twitter @jaimelopezmtz