En tiempos de crisis, unos lloran y otros venden pañuelos
Anónimo
La buena: en el mundo avanzan las pruebas de una vacuna contra el Covid-19 y es muy probable que en cosa de unos cuantos meses esté disponible comercialmente. La mala: en el caso de México, por lo menos este y el próximo año sólo nos conformaremos con ver cómo se aplican esas vacunas a los habitantes de otros países, porque el gobierno no se ha formado en la fila de los compradores anticipados. Y no lo ha hecho, porque no tiene dinero. Bueno, lo tiene, pero disperso en temas baladíes, no en el sector salud.
Debo confesar que no había reparado en ese escenario y este jueves el doctor Guillermo Montes, neumólogo y presidente de la Asociación Michoacana del Tórax, me alertó en charla en RESPUESTA RADIO que, cierto, hay avances importantes y muy sólidos en la fabricación de la vacuna anti Covid, al menos en tres de los más de cien esfuerzos que se hacen por todo el mundo en el mismo sentido.
Hasta ahí, todo bien; el panorama es alentador. Luego viene el “pero”, para países como México: si Estados Unidos y los más importantes países europeos y asiáticos ya tienen “apartadas” las dotaciones de vacunas que requerirán en cuanto estén disponibles, el gobierno de México ni siquiera está en esa lista de espera, porque no ha dispuesto de los recursos presupuestales para ello. ¡Uf!
Y no es no tenga dinero suficiente, sólo que está destinado a cumplir los caprichos del emperador Andrés Manuel, como la construcción de la refinería de Dos Bocas, que será obsoleta en sus funciones al siguiente día de que se inaugure, o la del Tren Maya o la del aeropuerto de Santa Lucía que, ya lo han dicho los expertos, jamás será funcional y para cuya edificación tuvo que sepultarse en el relleno sanitario doscientos mil millones de pesos ya invertidos en Texcoco. Y ni hablar de la estúpida inyección de recursos a Pemex, un cadáver al que López Obrador se aferra sospechosamente a no enterrar. Cerca del billón de pesos se destinarán este año en esos cuatro casos. Con eso, México ya hubiera tenido con qué irse a formar a la fila de la compra anticipada de vacunas, para que en cuanto estuvieran disponibles, comenzar a aplicarse en el país.
Cualquier presidente con un mínimo de sentido común y de sentido de responsabilidad, así hubiera actuado. Quedará, seguramente, la medicina privada, a la que podrán acudir por su vacuna uno o dos de cada diez mexicanos, el resto, para no variar, sufrirá las consecuencias de un gobierno ciego y, lo peor, irresponsable. En lo dicho: la pesadilla sigue.
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