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martes, octubre 22, 2024

NO SÓLO UN DÍA

Fabiola AlanisEl pasado 8 de marzo, como cada año, se conmemoró el Día Internacional de la Mujer. Como se dijo y escribió, casi hasta el cansancio, no es un día para celebrar.

De hecho, es un despropósito felicitar a las mujeres ese día como si se tratara de una celebración comercial en el santoral del mercado y el consumo. Muy por el contrario, ese día es útil para recordar el origen histórico de una demanda que, desde principios del siglo XX y aún antes, se ha propagado hasta hacerse clamor mundial: igualdad. Esta demanda presenta muchas aristas y para nada es simple, porque no se refiere tan sólo a la igualdad ante la ley; se trata, en realidad, de la igualdad enlazada de un modo indisoluble con la libertad. En efecto, la aspiración a que las mujeres seamos consideradas iguales en derechos únicamente se puede basar en la realización de otra aspiración, quizá básica y aparentemente sencilla: la libertad subjetiva, es decir, la libertad individual, entendida ésta como autonomía. ¿Qué es la autonomía de la persona? Es la posibilidad llevada a la práctica de no regirse por otra ley que aquella que el individuo mismo se ha prescrito. Dicho con otras palabras, es el darse una misma su propia ley, lo que no significa sino construir la propia individualidad. Sí, aunque parezca mentira, en las sociedades tradicionales, pero también de manera tácita y soterrada en la sociedad moderna, las mujeres estamos adscritas, desde el nacimiento hasta la muerte, a no ser consideradas seres libres, autónomos e independientes, sino que estamos adscritas a un varón, y más que a un hombre concreto y específico, a un sistema. En esas condiciones, las mujeres, por el simple hecho de serlo, hacemos depender nuestra integridad subjetiva a un hombre o a una figura que, pudiendo ser mujer desempeña, no obstante, el papel de patrón o patriarca: los padres (incluida la madre), los novios, los amigos, los esposos, los hijos, son figuras sociales a las que la mujer está destinada a servir, acompañar y apoyar. En consecuencia, el ser de la mujer queda dependiendo de desempeñar una labor, que puede ser muy noble y altruista pero que, en el fondo, si lo analizamos bien, significa que la mujer considerada en sí misma es un lugar vacío una forma sin contenido, una persona que no es individuo sino entidad asociada. Por eso, no se trata de una felicitación porque con eso se reafirma ese lugar subordinado, apenas disfrazado en la alabanza

Paradójicamente, las expresiones de felicitación son sintomáticas del lugar social que aún desempeñamos las mujeres y que tiene un significado básico: la ausencia de libertad subjetiva, de libre individualidad. De lo que se trata, entonces, es de construir un mundo donde hombres y mujeres seamos iguales en la consideración recíproca; de lo que se trata es que las mujeres no debamos de anteponer el papel de objeto sexual para obtener una oportunidad, un bien, un servicio, un acceso, o simplemente el ejercicio de un derecho. De lo que se trata es de construir una sociedad en que la mujer no sea reducida a medio de reproducción, de crianza y educación para garantizar la estirpe del varón. Pero esta sociedad no se construye de la noche a la mañana: se requiere, en cambio, un largo y quizá lento proceso de transición, apuntalado por acciones afirmativas. Se ha avanzado mucho ciertamente, pero mucho también queda por hacerse en todos los niveles: en la educación y la cultura, en la política y las políticas públicas, en la economía, la ciencia y la tecnología. Precisamente para hacer un balance de lo logrado en materia de igualdad y libertad, pero también para señalar metas que todavía tenemos que alcanzar, el 8 de marzo marca la oportunidad de decir y gritar “Aquí estamos”, y es también el recordatorio de lo que aún queda pendiente, lo cual, por cierto, no puede quedar acotado a un solo día.

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