La irrupción de la inteligencia artificial generativa en el sector de los viajes, ejemplificada por herramientas como el Search Generative Experience de Google, está redefiniendo radicalmente el tradicional modelo de negocio de las OTAs (Agencias de Viajes Online). Este cambio estructural promete una experiencia más rica y personalizada para el consumidor, pero también introduce nuevas dinámicas y riesgos que es crucial comprender.
El impacto fundamental de la IA reside en su capacidad para transformar la búsqueda de información, la fase inicial y más crítica en la planificación de un viaje. En lugar de ofrecer simples listados de enlaces, los asistentes impulsados por IA pueden procesar consultas complejas y naturales (como «planear un viaje romántico de 5 días a Oaxaca en diciembre con un presupuesto medio») para generar itinerarios coherentes, comparar opciones en tiempo real y ofrecer recomendaciones altamente contextualizadas.
Esto reduce significativamente la fricción y el tiempo de investigación para el viajero, quien obtiene respuestas sintetizadas y accionables de inmediato. Según análisis como los de Smart Travel News, la evolución de la IA en dispositivos móviles convierte al teléfono en un asistente de viaje conversacional y omnipresente, capaz de gestionar rebookings, sugerir alternativas ante imprevistos y ofrecer guías hiper-personalizadas en destino.
Para el consumidor, los beneficios son tangibles: una personalización sin precedentes, donde las recomendaciones se adaptan a sus gustos específicos; una mayor eficiencia en la comparación y toma de decisiones; y el acceso a una planificación más intuitiva y conversacional. La IA tiene el potencial de democratizar el acceso a información compleja y de descubrir opciones menos masificadas.
Sin embargo, este paradigma emergente también presenta riesgos considerables. La principal preocupación es la transparencia y posible sesgo en las recomendaciones. ¿Qué criterios utiliza el algoritmo para priorizar un hotel o una aerolínea?
El viajero podría enfrentarse a un «sesgo algorítmico» donde ciertos proveedores, posiblemente aquellos con acuerdos comerciales con la plataforma de IA, reciban mayor visibilidad, replicando en una nueva forma el poder de intermediación que se buscaba reducir. Además, existe el riesgo de homogeneización de las experiencias si todos siguen itinerarios generados a partir de los mismos datos masivos, y una pérdida potencial del factor humano y el consejo experto especializado en destinos o tipos de viaje muy específicos.
En conclusión, la IA no elimina la intermediación, sino que la transforma, desplazando parte del poder desde las OTAs tradicionales hacia las plataformas que controlan los asistentes conversacionales y la búsqueda generativa. El consumidor turístico gana en comodidad y personalización, pero debe desarrollar un espíritu crítico digital, cuestionando las fuentes y motivaciones detrás de las recomendaciones automatizadas, y equilibrando el uso de estas potentes herramientas con la búsqueda de información diversa e independiente para tomar las decisiones finales más informadas y auténticas.



