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miércoles, noviembre 5, 2025

ENTRE URNAS, TOGA Y PREGUNTAS INCÓMODAS

Esta semana el Poder Judicial volvió a estar en el centro de la conversación. No por una sentencia, sino por dos hechos que, aunque distintos,  revelan el mismo fondo: la tensión entre la legitimidad formal y la legitimidad real de la justicia mexicana.

El primero, la renuncia del juez Adrián Guadalupe Aguirre Hernández, electo juez de distrito en el Centro de Justicia Penal de Puente Grande en Jalisco. Apenas dos meses después de asumir su cargo en el Centro de Justicia Penal Federal de Puente Grande, Jalisco, presentó,  el pasado 4 de noviembre, su renuncia al Senado sin ofrecer explicación pública. Fue uno de los rostros de esa “nueva justicia cercana al pueblo” que se nos prometió.

El segundo, un episodio en la Facultad de Derecho de la UNAM, donde estudiantes increparon al ministro presidente de la Suprema Corte, Hugo Aguilar Ortiz, durante un acto académico. En plena exposición sobre los logros del nuevo modelo judicial, un joven se levantó y lo cuestionó abiertamente por la forma en que se eligieron algunos jueces “con acordeones”, es decir, con listas prearmadas de candidatos, y le preguntó si renunciaría en caso de comprobarse su cercanía con Morena.

Ambos hechos, a su manera, son síntomas de lo mismo: una justicia en fase de prueba de confianza.

La elección popular de jueces fue presentada como un hito democrático. Pero el ejercicio práctico está mostrando grietas: renuncias prematuras, dudas sobre la preparación de algunos electos, y percepciones de posible alineamiento político y presiones externas.

La renuncia de Aguirre no es solo la salida de una persona. Es la primera señal de que el nuevo sistema puede ser vulnerable a presiones o decepciones tempranas. Porque en un modelo que presume independencia y cercanía al pueblo, abandonar el cargo sin explicar por qué también es un acto político.

Por otro lado, lo ocurrido en la UNAM muestra algo que debería verse como un signo saludable: una generación de estudiantes que no teme cuestionar al poder, ni siquiera cuando lleva toga. Que no se traga el discurso sin pedir las explicaciones que sean necesarias.

La justicia mexicana vive un momento inédito: tiene votantes, tiene jueces nuevos y tiene una sociedad mucho más atenta. Pero la confianza no se gana en campaña, se gana en coherencia.

Si el Poder Judicial quiere de verdad acercarse al pueblo, deberá aprender a dialogar con él. No desde el estrado, sino frente a frente. Porque la cercanía no se decreta, se demuestra.

Y porque, mientras un juez renuncia en silencio, hay estudiantes que alzan la voz. Y en ese contraste, entre quien se va sin explicar y quien se atreve a preguntar, se juega el futuro de la justicia mexicana.

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