Iniciaron las campañas para las gubernaturas, serán 15 las que estarán en disputa para los comicios del mes de junio, dicha jornada es atípica porque se efectuará en medio de una gran contingencia sanitaria. Son elecciones concurrentes en las que se elegirá a más de 21 mil cargos de representación popular.
Todas las miradas estarán en el proceso, el tono beligerante en los procesos ha sido constante con el caudal de las descalificaciones, imputaciones y malas artes que suelen ser acciones recurrentes en jornadas de esta índole. En algunos casos el Instituto Nacional Electoral rechazó las candidaturas, en primera instancia, destacan las de Raúl Morón Orozco, que el Instituto Electoral de Michoacán ratificó, así como la de Félix Salgado Macedonio en Guerrero. Ambos han invocado recursos legales ante las instancias competentes para ser habilitados como contendientes y así ha sucedido ante el Tribunal Federal Electoral.
Las redes sociales han sido el escenario, en gran medida, de las campañas con todo y su grado tóxico y la proliferación de mentiras o medias verdades. No se pueden hacer actos proselitistas tradicionales como las concentraciones en plazas públicas por el riesgo latente de contagios por la Covid-19.
La democracia ha seguido su propia evolución desde hace más de 2 mil 500 años de haberse estrenado en Atenas con un formato distinto al que conocemos actualmente. La alternancia es ya un elemento común en nuestro país, los partidos políticos son la vía pacífica para acceder al poder con todas sus imperfecciones y excesos que no son pocos.
No tenemos precisamente una democracia con alto grado de maduración en México, algunas inercias se incubaron durante décadas en que se padeció un modelo hegemónico de partido casi único, monolítico. La primera alternancia en la era moderna se alcanzó en el año 2000 con Vicente Fox que destronó al PRI tras 71 años ininterrumpidos en el poder, al final todos conocemos el desenlace que se tradujo en desencanto.
En este proceso electoral es deseable confrontar proyectos de nación y que los debates no se queden anclados en la pirotecnia verbal que abona a la crispación y provoca violencia, regularmente tendremos candidaturas con las mismas figuras que tienen décadas en el inmenso trapecio del poder, en algunos casos ya han desfilado por diversos partidos políticos. No se observan muchos cuadros emergentes, no hay muchos liderazgos refrescantes.
El proceso electoral no es una guerra, son visiones diversas, además la disidencia es parte fundamental de la democracia, establecer una visión única suele pervertir la atmósfera política.
Tenemos más de un año de vivir situaciones complejas, una pandemia de larga duración, el desprestigio impregna a las organizaciones políticas, muchas franjas de nuestro país han sido marcadas por el signo de la inseguridad, la impunidad y el hartazgo como elementos cotidianos, ahí ubicamos el desencanto galopante que propician los partidos políticos.
El nivel del debate político debiera incrementarse porque es necesario, la toma de conciencia de quienes compiten por cargos de representación popular debe ser una constante ante la situación vulnerable que ha dejado la pandemia. La salud pública resulta esencial, por ello entraña un compromiso ético y de generosidad. Empatía, esa es la palabra.