En algún momento se retornó a clases presenciales en la Ciudad de México, el optimismo hizo acto de presencia, aunque todo ello resultó efímero ante casos de contagios en estudiantes y se canceló dicho regreso, ya suman más de 230 mil decesos por Covid-19 a mediados del mes de junio del 2021 en nuestro país, en este contexto parece que lo único que no varía es la incertidumbre. El cuadro es aún desolador.
Hace más de un año que la vida cotidiana se resquebrajó ante la presencia y permanencia de coronavirus, la pandemia alcanzó a circular por el mundo, quedará en la memoria colectiva como un auténtico azote para la humanidad, en un inicio no se dimensionó el impacto, las consecuencias han resultado devastadoras. Los dramas se multiplicaron, las secuelas están presentes, aunque se han logrado avances en materia de la vacunación y las cifras de contagios y decesos han disminuido en nuestro país la pandemia no está extinta. El ecosistema social se modificó ostensiblemente.
Habrá que revisar lo que ha sucedido en torno al coronavirus, recién concluyó una jornada electoral que implicó una serie de actividades proselitistas, las reuniones masivas fueron múltiples por todo el país aunque los riesgos de contagios aconsejaban evitarlo, faltó empatía en muchos actores políticos que descuidaron formas y protocolos. Asumir responsabilidad no fue la prenda expuesta por muchas candidatas y candidatos que ante la tempestad optaron por buscar con frenesí un cargo de representación popular.
La pandemia sigue latente, ello aunque todos los días las recomendaciones para evitar los contagios se hacen desde diferentes áreas nacionales y extranjeras, lo mismo por la Organización Mundial de la Salud, gobiernos estatales y municipales, organismos no gubernamentales, no obstante los llamados son, en muchos casos, ignorados ante una galopante negligencia que raya en lo suicida.
Llegamos a la mitad del año 2021, aunque los números de contagios y fallecimientos han disminuido en México, en otras partes del hemisferio se han incrementado y la alerta mundial sigue encendida, lo que acontece en La India y Brasil resulta catastrófico y es la crónica del espanto en cuanto a los dramas multiplicados. Esto no ha terminado, la realidad lo recalca.
La pandemia establece que la vida no será la misma, las afectaciones no terminan de contarse, no solo en materia de salud sino en el rubro económico, podemos señalar muchos casos que describen esta problemática, retratan el cierre de negocios con el repunte del desempleo, incremento de delitos y una mayor zozobra ante los riesgos de contagio porque se enfrenta el desplome de las finanzas con todas las implicaciones derivadas de esta crítica situación.
También podemos hablar, en contraste, del esfuerzo y contribución de muchas personas en estas horas oscuras de la pandemia, personal sanitario ha dado la vida para salvar las de sus semejantes, las estampas repletas de heroísmo han dado la vuelta para regresar la confianza porque la empatía, la otredad y la generosidad no se han extinguido pese a este trance doloroso en la humanidad.
La salud pública debe ser prioridad, el reconocimiento al personal que trabaja en ese sector no se debe escamotear porque alcanza un grado superlativo de servicio, convicción y valores en un país en el que suele empoderarse la polarización, el encono descrito en la diatriba como huéspedes permanentes, la generosidad también reitera su permanencia y ello debe resaltarse.