El principal problema de México es la inseguridad que se expandió peligrosamente en los últimos años, el número de homicidios dolosos lo ejemplifica, la desaparición de personas otro tanto, de modo que la incertidumbre y el temor galopan en muchas regiones de nuestro país que viven con ansia de justicia ante el incremento de impunidad.
Sin duda, el combate a la inseguridad es uno de los objetivos de la administración aún nueva que encabeza la presidenta Claudia Sheinbaum, no se trata de un enfoque mediático solamente que haría recordar la nefasta guerra contra el narcotráfico que se hizo durante el gobierno de Felipe Calderón con evidente carencia de táctica y estrategia. En los poco más de dos meses del actual gobierno ya se han registrado algunos operativos como el denominado enjambre en el Estado de México en el que ha participado Omar García Harfuch y han ofrecido buenos resultados, además de otras capturas de integrantes del crimen organizado.
Las políticas públicas en materia de seguridad deben responder a una adecuada planeación y diagnóstico para ir por objetivos bien localizados porque, de lo contrario, la epidemia de violencia se puede convertir en pandemia y los costos serían insospechados.
Será conveniente una coordinación adecuada entre los diferentes niveles de gobierno, debe procurarse el bien común como lo definían los griegos en la antigua Atenas, epicentro de la democracia clásica, es también tarea de la sociedad el involucramiento para generar otras condiciones.
Es evidente que ocupamos una sociedad mejor informada, equipada con mayores conocimientos para lograr una auténtica politización, mayor consumo cultural, por ejemplo si tuviéramos más ciudadanos que leen tendríamos una discusión más vigorosa y saldríamos del confinamiento que supone la polarización y el maniqueísmo atroz que suele caracterizar a nuestro país en donde en ocasiones parece que se injerta una torre de Babel, en la que cunden las diferencias y pareciera que naufraga el entendimiento y la otredad.
La clase política debiera más allá de los intereses personales y de grupo, el sectarismo por su propia naturaleza suele ser excluyente, nadie monopoliza la verdad, la pluralidad también genera incentivos para una participación más inclusiva en donde no tenga lugar la intolerancia ni la descalificación cotidiana.
Los auténticos debates parecen destinados a la extinción, la lista de reproches, etiquetas o insultos llenan los foros de la discusión en torno a los temas de interés público, es un reflejo de lo que afirmamos anteriormente, es decir un precario consumo cultural, tan evidente como sombrío.
Deseamos que el combate al crimen organizado sea una constante que reporte resultados para tener condiciones para una mejor convivencia social, en donde la ley sea un imperativo verdadero para evitar el colapso y se recuperen espacios públicos tan necesarios para diseñar proyectos culturales y empoderar el arte como una estrategia que nos remita nuevamente por el camino de lo sensible.
Los problemas paridos por la inseguridad son evidentes, se cuenta con los diagnósticos, por ello el siguiente paso consiste en definir muy bien la estrategia porque el presente lo exige.