Recientemente fueron retiradas las estatuas de Fidel Castro y Ernesto Che Guevara del sitio que ocupaban en la colonia Tabacalera de la Ciudad de México, es decir los próceres de la revolución cubana que llegó a su culminación el 1 de enero de 1959 y que cortó con la dictadura de Fulgencio Batista en la isla caribeña que viera nacer al ilustre José Martí.
El retiro de las mencionadas estatuas de la plaza San Carlos fue por órdenes de la alcaldesa de Cuauhtémoc, Alessandra Rojo de la Vega, ello generó una previsible división de opiniones, la propia presidenta Claudia Sheinbaum Pardo fue una crítica de dicha definición a quien le pareció una actitud de intolerancia tremenda.
Los argumentos a favor y en contra fueron bastantes, hubo quienes festinaron la determinación de las autoridades de la alcaldía Cuauhtémoc, ello por considerar que Fidel Castro fue un dictador que se mantuvo décadas en el poder. Como muchos saben, Fidel conoció en nuestro país a Ernesto Che Guevara quien se habría de sumar a los guerrilleros cubanos como Raúl Castro, Camilo Cienfuegos, entre otros personajes.
Hay quienes señalan a Fidel y Che Guevara de haber orquestado fusilamientos y otras atrocidades, autoritarismo e imposición de un molde ideológico ya en el gobierno de la isla. Los citados personajes revolucionarios fueron investigados en México y detenidos, previo a la guerra de guerrillas, por quien fuera un personaje conocido en el antiguo régimen, Fernando Gutiérrez Barrios, a quien el propio Fidel le llamaría posteriormente el policía caballero.
No conocemos una verdadera revolución que haya estado exenta de la violencia, puede haber pactos, acuerdos políticos para alcanzar soluciones a conflictos, aunque las negociaciones ya no tendrían las etiquetas de revoluciones.
Ahora que si se utilizara el criterio que se ha estilado para retirar las estatuas ya citadas y se aplicara a nuestra historia mexicana probablemente nos quedaríamos casi con ninguna, porque la inmensa mayoría de las que tenemos a lo largo y ancho del país tienen que ver con personajes que participaron en revoluciones y guerras, insistimos, bajo ese tenor no hubo luchas exentas de violencia.
Don Miguel Hidalgo fue quien inició la insurgencia contra la corona española y ello no implicó una sosegada actividad de índole religioso sino que fue la guerra, en todas las batallas se registran excesos.
El Generalísimo José María Morelos y Pavón, a quien no pocos definen como el arquitecto del estado mexicano también se le estigmatizaría por haber estado en las batallas de las que fue un destacado estratega.
Ya más adelante, en el siglo XX con motivo de la revolución también hubo serios excesos entre los caudillos, Francisco Villa, Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles, la lista no acabaría si evocamos más nombres.
La historia oficial mexicana es cuestionable porque trata de legitimar mitos, es apelar a un evidente maniqueísmo en donde van los buenos contra los malos como una posición pueril de dogmas de fe, los seres humanos no son dioses, no, son personas con luces y sombras, virtudes y defectos que dejan su legado. La historia se interpreta.
Así que se pueden quitar estatuas, aunque no se borraría el contexto de los hechos y los involucrados, es decir las circunstancias.