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martes, octubre 22, 2024

¿ESTARÍA SOÑANDO?

DR JAIME LPEZ RHabitualmente, el hombre no tiene problemas para saber cuándo está despierto. Y cuando duerme, alguien se lo podrá decir; y si se encuentra solo, él mismo lo sabrá al despertar. Pero, hay ocasiones en que uno no sabe, bien a bien, si lo que está presenciando, escuchando, o sintiendo, es real o no. Son esos estados que la gente conoce como “duermevelas”, o estar “entre azul y buenas noches”. Esto sucede, casi siempre, durante la noche; pero a un servidor le ocurrió algo parecido, y fue a plena luz del día.

Hace unos días salía de mi domicilio, cuando vi (de eso estoy totalmente seguro), a tres servidores públicos, con uniformes de color azul. A un lado, una camioneta del mismo color y sus siglas evidenciaban la agrupación a la que pertenecían. Dialogaban con una mujer joven, a todas luces, preocupada, o por decirlo mejor, angustiada. Servidores y dama miraban un vehículo gris que estaba estacionado en una rampa para entrar a una cochera. La dama trataba de llamar a alguien por su celular. La primera impresión, puesto que estamos en México, sugería que estaba llamando a su esposo, quien seguramente era conocido de un judicial, y éste les resolvería el problema con su sola presencia. Después de realizar varias llamadas, la atribulada mujer se volvió hacia los uniformados:

—Les digo que ya me iba a mover, que sólo fui aquí, a la esquina. No tardé ni cinco minutos.

Los uniformados sonreían con discreción, pero nada decían. Y aquí empezaron mis problemas. ¿Era real que, de tres uniformados, ninguno hablara? La mujer volvió a la carga:

—Mi tarjeta de circulación la dejé en casa; se lo juro, oficial (este trato, dígame si no, hace erguir el pecho a cualquier uniformado).

Y le mostraba la boca abierta de su bolso, que dejaba ver mil cosas, menos la tarjeta de circulación. Yo simulé que ataba las agujetas de los zapatos para no perderme, como dice mi nuera, el chisme completo. Me pellizqué el brazo izquierdo, y aunque tal pellizco no llegó a la categoría de los de una madre superiora, sí fue suficiente para decirme que aquel cuadro era auténtico. Enseguida, vino el desenlace.

—Oficial —dijo la dama—, ¿no se puede arreglar esto de otro modo? Yo les invito, a los tres, su refresco.

Hasta entonces uno de los policías habló.

—Mire, señora —dijo muy ufano—, ¡esos tiempos se acabaron!

Caí entonces, en la más profunda duda: ¿estaré soñando?

jaimelopezrivera2@hotmail.com 

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